jueves, 7 de enero de 2010
El maestro Ryszard Kapuściński
El otro día en clase me he quedado un rato perplejo al darme cuenta de que el curso de 4ºA (ESO) no me ha oído nunca hablar de Kapuscinsky…
La cosa no es para tomarla a broma pues considero a Ryszard Kapuscinsky no solo un maestro en el sentido concreto de lo que esta palabra significa… (I. ADJ. 1. Dicho de una persona: De mérito relevante entre los de su clase.//II. M. y F. 2. Persona que enseña una ciencia, arte u oficio) sino también fuente de incalculable valor de material histórico, periodístico y ético. Este gran periodista ha transitado por dos tercios del siglo XX y se ha despedido hace poco de nosotros, tres años hará dentro de unos días…
El caso es que ante la perplejidad ante el desconocimiento de algunos chicos de un gigante de nuestros días (700.000 entradas aproximadamente reconoce google si buscas kapuscinsky) ahí van dos propuestas, la primera a veces es difícil de encontrar en la red, la segunda ponéis en el buscador de la Biblioteca Regional “Ryszard” y os salen todos los títulos del autor disponibles gratis a 300 metros del Instituto (para todo lo demás Mastercard):
Propuesta 1: Discurso de Investidura como Doctor Honoris Causa en la Universidad Ramón LLull en el 2005 y que muchos consideran su testamento moral . Publicado posteriormente con el título de Encuentro con el Otro junto a otros escritos por Anagrama en 2007. No tiene desperdicio para construir posicionamientos…
Segunda: El arranque del primero de sus libros que leí hace 16 años, con el que mordí de por vida su anzuelo … ahí va…
El Imperio
Pinsk, 1939
Mi primer encuentro con el Imperio tiene lugar junto al puente que une la pequeña ciudad de Pinsk con el Sur del mundo. El mes de septiembre de 1939 toca a su fin. La guerra campa por doquier. Arden las aldeas, la gente busca refugio de los ataques aéreos en los bosques y en las cunetas; donde puede, busca salvación. Unos caballos muertos se atraviesan en nuestro camino. Si queréis seguir -nos aconseja un hombre- tenéis que apartarlos. Qué trabajo tan penoso y agotador, cuánto sudor: los caballos muertos pesan mucho.
Multitudes presas del pánico huyen en medio de torbellinos de polvo. ¿Para qué necesitarán tantos bultos, tantas maletas? ¿Para qué tantas teteras y cacerolas? ¿Por qué maldicen de esa manera? ¿Por qué no paran de hacer preguntas? Todos van y vienen corriendo no se sabe adónde. Mi madre, sin embargo, si lo sabe. Ha cogido de la mano a mi hermana y a mí, y ahora los tres nos dirigimos a Pinsk, a nuestra casa de la calle Wesola. La guerra nos ha sorprendido en el pueblo de mi tío, junto a Rejowiec, donde pasamos las vacaciones. Así que ahora tenemos que regresar a casa. Tutti a casa!
Pero, cuando después de días de caminatas nos encontramos y a en las puertas de Pinsk, cuando ya se divisan los edificios de la ciudad, los árboles de nuestro hermoso parque y las torres de las iglesias, en el camino y junto al puente, de repente surgen ante nuestro ojos unos marineros. Empuñan largos fusiles con afiladas y punzantes bayonetas, y lucen estrellas rojas en sus gorras redondas. Han llegado hace varios días desde el lejano Mar Negro, han hundido nuestras fragatas, han matado a nuestros marinos y ahora nos impiden la entrada en la ciudad. Nos mantienen a distancia. ¡ni un paso más!, gritan mientras nos apuntan con sus fusiles. Mi madre, como otras mujeres y niños (ya nos habían apiñado en un nutrido grupo) llora y pide clemencia. Implorad clemencia, nos suplican nuestras madres, muertas de miedo, pero nosotros, los niños, ¿Qué más podemos hacer? Ya hace un buen rato que nos hemos arrodillado en medio del camino y lloramos y alzamos los brazos.
Los gritos, el llanto, los fusiles y las bayonetas, los rostros furiosos y bañados en sudor de unos marineros llenos de una ira, de una rabia y de un terror desconocidos e incompresibles, todo eso está allí, en aquel puente sobre el Pina, en aquel mundo en que entro cuando tengo siete años.
[…]
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