jueves, 26 de noviembre de 2020

“Yo soy Greta” no va del cambio climático, sino de la dificultad de mantener la cordura en un mundo enloquecido

Por Jonathan Cook | 24/11/2020 |  Ecología social 

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

 Erich Fromm, el renombrado psicólogo social judío-alemán que se vio obligado a huir de su tierra natal a principios de la década de 1930 cuando los nazis llegaron al poder, ofreció más adelante una visión inquietante de la vida sobre la relación entre individuo y sociedad. 

A mediados de la década de 1950, su libro “Psicoanálisis de la sociedad contemporánea” sugería que la locura no se refería simplemente al fracaso de individuos específicos para adaptarse a la sociedad en la que vivían. Más bien lo que sucedía era que la sociedad misma podría haberse vuelto tan patológica, tan separada de una forma de vida normativa, que abocaba a una alienación profundamente arraigada y a una forma de locura colectiva entre sus miembros. En las sociedades occidentales modernas, donde la automatización y el consumo masivo traicionan las necesidades humanas básicas, la locura podría no ser una aberración, sino la norma.

Fromm escribió: 

 “El hecho de que millones de personas compartan los mismos vicios no convierte estos vicios en virtudes, el hecho de que compartan tantos errores no hace que los errores sean verdades, y el hecho de que millones de personas compartan las mismas formas de patología mental no hace que toda esa gente esté cuerda”. 

Una definición desafiante 

Esa sigue siendo una idea muy desafiante para cualquiera que haya crecido con la opinión de que la cordura se define por consenso, que abarca lo que decida la corriente principal y que la locura se aplica solo a quienes viven fuera de esas normas. Es una definición que diagnostica hoy a la gran mayoría de nosotros como locos. 

Cuando Fromm escribió este libro, Europa estaba emergiendo de las ruinas de la Segunda Guerra Mundial. Fue una época de reconstrucción, no solo física y financiera, sino legal y emocional. Poco después se crearon instituciones internacionales como las Naciones Unidas para defender el derecho internacional, frenar la codicia y agresión nacionales y encarnar un nuevo compromiso con los derechos humanos universales. 

Fue una época de esperanza y expectativas. Una mayor industrialización impulsada por el esfuerzo bélico y la intensificación de la extracción de combustibles fósiles facilitaron que las economías comenzaran a florecer, que naciera una visión del Estado de bienestar y que una clase tecnocrática que promovía una socialdemocracia más generosa reemplazara a la vieja clase patricia. 

Fue en esta coyuntura histórica cuando Fromm decidió escribir un libro para decirle al mundo occidental que la mayoría de nosotros estábamos locos. 

Grados de locura 

Si ya estaba claro para Fromm en 1955, debería estar mucho más claro hoy para nosotros, cuando autócratas bufones recorren el escenario mundial como personajes de una película de los hermanos Marx; cuando el derecho internacional está desmoronándose intencionadamente a fin de restaurar el derecho de las naciones occidentales a invadir y saquear; y cuando el mundo físico demuestra a través de eventos climáticos extremos que la ciencia del cambio climático, ignorada durante mucho tiempo, y muchas otras destrucciones del mundo natural inspiradas por los humanos no pueden negarse ya. 

Y, sin embargo, nuestro compromiso con nuestra locura parece tan firme como siempre, posiblemente mucho más firme. El recalcitrante escritor liberal británico Sunny Hundal, expresándose como si fuera el capitán del Titanic, dio voz de forma inolvidable a toda esta locura hace unos años cuando escribió en defensa del catastrófico statu quo: 

 “Si quieres reemplazar el sistema actual de capitalismo con otra cosa, ¿quién va a hacer tus jeans, iPhones y ejecutar Twitter?” 

 A medida que el reloj avanza, el objetivo urgente de cada uno de nosotros es aprehender una visión profunda y permanente de nuestra propia locura. No importa que nuestros vecinos, familiares y amigos piensen como nosotros. El sistema ideológico en el que nacimos, el que nos alimentó con nuestros valores y creencias con tanta seguridad como nuestras madres nos alimentaron con leche, es una locura. Y debido a que no podemos salir de esa burbuja ideológica, porque nuestras vidas dependen de someternos a esta infraestructura de locura, nuestra locura persiste, aunque pensemos en nosotros mismos como cuerdos. 

Nuestro mundo no es el de los cuerdos frente a los locos, sino el de los menos locos frente a los más locos.