martes, 25 de marzo de 2014

Pérez Reverte

Cuando era joven conocí a Pérez Reverte con ocasión de un ciclo de conferencias que impartió por toda España... En aquellos tiempos acababa de encauzar con éxito su carrera como escritor y dejaba atrás su etapa de periodista de primera línea y reportero de guerra.

Fue en el salón blanco de la Delegación de Gobierno, en Alfonso X el Sabio, frente al Museo Arqueológico, ayer Biblioteca Pública de cajetines A-Z por autor, tema y obra... allí se reunió una buena cantidad de gente y tuve que quedarme pegado a la pared junto al pasillo, no había un solo sitio libre, no era el único, otros tantos aguantaban expectantes de pie...

La conferencia fue brillante, un recorrido por su infancia literaria y su juventud, sus primeros viajes... La amalgama de lecturas que pusieron a Pérez Reverte en una dirección que aún mantiene, que grabaron en él los compromisos, los anclajes que constituyen la esencia de su persona, todo gracias a la asunción de esos valores que leyó, de esos personajes que le nutrieron...

En aquella ocasión sucedió algo que me marcó... Andaba yo, en el lío de decidir si mi vida podría ser el periodismo o nada... Y a bocajarro y a traición en el turno de preguntas, el moderador me señaló y aunque nervioso e incomodo pero decidido... tomé la palabra:

— Hoy es un escritor de fama, sin embargo a mí me interesa particularmente su labor como periodista y corresponsal de guerra. Siempre he sentido fascinación por aquellos que desempeñan ese trabajo y admiración ante las condiciones extremas en la que se tienen que desenvolver si quieren hacer bien su tarea... Allí, en zona de guerra, cuando uno está rodeado de tanta violencia y crueldad... ¿Cómo se lleva esa pugna interior entre continuar trabajando y filmando o dejarlo todo y ponerse a ayudar, a socorrer o a hacer algo...?

La pregunta quedó en el aire suspendida, tampoco supe concluirla de manera más concreta... Arturo comenzó a responder, la respuesta duró más de diez minutos. Arturo entró de nuevo en sus recuerdos y fue describiendo punto por punto y una tras otra situaciones de guerra muy jodidas, situaciones de violencia vividas muy muy jodidas, situaciones de angustia y dificultad, suyas y ajenas muy, muy jodidas... y siguió y siguió... enhebrando una tras otra, sin encontrar una respuesta que zanjara el tema...En la sala todo era silencio y la voz de Arturo zigzagueando y luchando por intentar explicar lo imposible... La absoluta brutalidad de la guerra que te rodea y tu allí... allí en medio...Recuerdo perfectamente cuando levantó la cabeza, me buscó con la mirada un segundo, nuestros rostros se encontraron, nos miramos... yo tenía las manos cogidas a la altura del ombligo, el hombro apoyado en la pared, la atención clavada en la respuesta, toda la sala en silencio... Arturo estaba atrapado en un callejón sin salida... una situación dolorosa y cargada de sufrimiento...

Levante la palma de mi mano derecha sin mover siquiera el brazo, incline levemente la cabeza, como asintiendo a la vez, un gesto sencillo casi imperceptible, pero claro, que significaba: Está bien..., es suficiente... Está bien... Arturo no dijo nada, el silencio hubiera cortado el hielo, todos cogimos algo de aliento, él ladeo un poco la cabeza, su rostro estaba afectado, pasaron unos segundos en los que estábamos suspendidos en el aire, clavados todos en ese silencio... y el moderador, hábil pero respetando los tiempos, sin llegar a permitir que la incomodidad se instalase pero sin restar un ápice de emoción a la situación, se removió en su silla, levantó la cara y un brazo y señaló hacia el fondo de la sala, donde otra persona preguntó algo que no consigo recordar. La conferencia terminó un poco después.

Un par de años después Arturo publicó el libro "Territorio Comanche", su única obra de no ficción ni ensayo ni artículo hasta la fecha. En ella se despide del oficio de periodista para siempre. Fue criticada por algunos de sus propios colegas en su momento pues a no todo el mundo, digámoslo así, lo dejaba bien parado. De hecho la considero el único retrato fiel del oficio de periodismo de trincheras... Disfruté mucho leyéndola y aprendí mucho con ella, pues en ella se cuenta lo que es precisamente eso. La guerra. Y decidí que no es ningún sintió interesante al que ir.

Años después al acabar la carrera tuve la oportunidad de viajar bastante por territorios conflictivos, no guerras ni mucho menos, pero sí territorios donde la vida no es fácil y hay sufrimiento por todas partes, las gentes lo pasan mal y mientras Estados y los políticos de toda facha se ocupan tan solo de su monólogo bla bla, bla bla, bla, bla... mientras la vida sigue y las dificultades también. Y me traje de esas experiencias un sabor agridulce que terminó por reafirmar lo que ya sabía; que yo no estaba hecho para eso. Que simplemente no lo soportaría...

Desde aquella conferencia y desde "Territorio Comanche" guardo sobre Arturo Pérez Reverte la imagen de un tipo sólido, fiel, experimentado, desilusionado, peleón, conocedor de mucho y más... Que tiene el coraje de llamar a las cosas por su nombre. Y eso hoy en día es muy valioso.

Así que le leo en "El País", en su blog y allá donde escribe... y me acompaña como si fuera un buen amigo, que me dice cosas que me gusta oír, pues son verdades como puños, sin añadidos ni lisonjas, y me gusta ver como reparte tortas como panes a tanto imbécil de traje y Sr. y me gusta como de forma desaliñada, callejera incluso, pone orden entre tanta mediocridad y mentira.

Y por eso es que aquí os dejo tres melocotonazos suyos de los de repasar y guardar en el cajón junto a la cama. El primero es un artículo de 1998, 9 años antes de la crisis donde lo dejó proféticamente claro, titulado "Los amos del mundo". El segundo es la respuesta a la vergüenza sucedida con la presentación de Las Cortes, en el 2006, de un escrito conmemorativo del 25 aniversario del golpe de Estado del General Tejero en el 81, el famoso 23 F. Y por último la entrevista que le hizo en la Sexta Jordi Évole a ver si vamos abriendo por fin los ojos...





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Publicado en El Semanal de El País el 15/11/98


"Usted no lo sabe, pero depende de ellos. Usted no los conoce ni se los cruzará en su vida, pero esos hijos de la gran puta tienen en las manos, en la agenda electrónica, en la tecla intro del computador, su futuro y el de sus hijos. Usted no sabe qué cara tienen, pero son ellos quienes lo van a mandar al paro en nombre de un tres punto siete, o de un índice de probabilidad del cero coma cero cuatro.

Usted no tiene nada que ver con esos fulanos porque es empleado de una ferretería o cajera de Pryca, y ellos estudiaron en Harvard e hicieron un máster en Tokio -o al revés-, van por las mañanas a la Bolsa de Madrid o a la de Wall Street, y dicen en inglés cosas como long-term capital management, y hablan de fondos de alto riesgo, de acuerdos multilaterales de inversión y de neoliberalismo económico salvaje, como quien comenta el partido del domingo.

Usted no los conoce ni en pintura, pero esos conductores suicidas que circulan a doscientos por hora en un furgón cargado de dinero van a atropellarlo el día menos pensado, y ni siquiera le quedará a usted el consuelo de ir en la silla de ruedas con una recortada a volarles los huevos, porque no tienen rostro público, pese a ser reputados analistas, tiburones de las finanzas, prestigiosos expertos en el dinero de otros. Tan expertos que siempre terminan por hacerlo suyo; porque siempre ganan ellos, cuando ganan, y nunca pierden ellos, cuando pierden.

No crean riqueza, sino que especulan. Lanzan al mundo combinaciones fastuosas de economía financiera que nada tiene que ver con la economía productiva. Alzan castillos de naipes y los garantizan con espejismos y con humo, y los poderosos de la tierra pierden el culo por darles coba y subirse al carro.

Esto no puede fallar, dicen. Aquí nadie va a perder; el riesgo es mínimo. Los avalan premios Nóbel de Economía, periodistas financieros de prestigio, grupos internacionales con siglas de reconocida solvencia. Y entonces el presidente del banco transeuropeo tal, y el presidente de la unión de bancos helvéticos, y el capitoste del banco latinoamericano, y el consorcio euroasiático y la madre que los parió a todos, se embarcan con alegría en la aventura, meten viruta por un tubo, y luego se sientan a esperar ese pelotazo que los va a forrar aún más a todos ellos y a sus representados.

Y en cuanto sale bien la primera operación ya están arriesgando más en la segunda, que el chollo es el chollo, e intereses de un tropecientos por ciento no se encuentran todos los días.

Y aunque ese espejismo especulador nada tiene que ver con la economía real, con la vida de cada día de la gente en la calle, todo es euforia, y palmaditas en la espalda, y hasta entidades bancarias oficiales comprometen sus reservas de divisas. Y esto, señores, es Jauja.

Y de pronto resulta que no. De pronto resulta que el invento tenía sus fallos, y que lo de alto riesgo no era una frase sino exactamente eso: alto riesgo de verdad. Y entonces todo el tinglado se va a tomar por el saco. Y esos fondos especiales, peligrosos, que cada vez tienen más peso en la economía mundial, muestran su lado negro. Y entonces -¡oh, prodigio!- mientras que los beneficios eran para los tiburones que controlaban el cotarro y para los que especulaban con dinero de otros, resulta que las pérdidas, no.

Las pérdidas, el mordisco financiero, el pago de los errores de esos pijolandios que juegan con la economía internacional como si jugaran al Monopoly, recaen directamente sobre las espaldas de todos nosotros. Entonces resulta que mientras el beneficio era privado, los errores son colectivos y las pérdidas hay que socializarlas, acudiendo con medidas de emergencia y con fondos de salvación para evitar efectos dominó y chichis de la Bernarda.

Y esa solidaridad, imprescindible para salvar la estabilidad mundial, la pagan con su pellejo, con sus ahorros, y a veces con sus puestos de trabajo, Mariano Pérez Sánchez, de profesión empleado de comercio, y los millones de infelices Marianos que a lo largo y ancho del mundo se levantan cada día a las seis de la mañana para ganarse la vida.

Eso es lo que viene, me temo. Nadie perdonará un duro de la deuda externa de países pobres, pero nunca faltarán fondos para tapar agujeros de especuladores y canallas que juegan a la ruleta rusa en cabeza ajena.

Así que podemos ir amarrándonos los machos. Ése es el panorama que los amos de la economía mundial nos deparan, con el cuento de tanto neoliberalismo económico y tanta mierda, de tanta especulación y de tanta poca vergüenza."



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Publicado en El Semanal de El País el 12/3/2006


Han pasado un par de semanas, pero no lo olvido. Memoriae duplex virtus, etcétera, como decía uno de aquellos fascistas -nacido en Calahorra, por cierto- que en elsiglo I, antes de tanto derecho pseudohistórico y tanta cutrez provinciana, llamaban ya Hispania a esta casa de putas. Me refiero a la pintoresca declaración institucional con la que, en el aniversario del 23-F, nos obsequió el Congreso. Es digno de recuerdo el párrafo donde nuestros hombres públicos, en un ejercicio de fastuoso onanismo político, atribuyen el fracaso del golpe de Estado, por este orden, al comportamiento responsable de los partidos políticos y los sindicatos, en primer lugar, y luego a la Corona y a las instituciones gubernamentales, parlamentarias y municipales. Como saben ustedes, el párrafo resultó de una modificación del texto original, donde se reconocía el papel decisivo del rey como jefe de las fuerzas armadas, al ponerlas del lado de la democracia con su discurso por la tele. Pero por presiones de dos partidos minoritarios, uno catalán y otro vasco, el Congreso decidió rebajar el papel monárquico y meter a todo cristo en el baile, afirmando que el mérito no fue del rey, sino del conjunto. O sea. De los políticos españoles, valerosos demócratas aquel día, unidos como un solo hombre y -hoy no me llamarán machista esas perras- como una sola mujer.

Habría sido precioso, de ser cierto. Comprendo que nuestra infame clase política, acostumbrada a reinventar España según cada coyuntura de su oportunismo y su desfachatez, quiera pasar a la Historia con esa tierna milonga de la liberté, la egalité y la fraternité defendida el 23-F como gato panza arriba. Pero están mal acostumbrados. Esto no es tan fácil como inventarse reinos y naciones que nunca existieron, o independencias ancestrales de ayer por la tarde, ocultando por otra parte realidades ciertas como la España romana, o la visigoda. Cuando deformas la memoria histórica, el truco puede funcionar con los tontos, los ignorantes y los que no quieren problemas. La gente ya no se acuerda, o no sabe. Pero otra cosa es manipular hechos que todos hemos vivido y recordamos perfectamente. Y eso es lo insultante. Que sólo veinticinco años después, esta gentuza nos considere tan olvidadizos y tan estúpidos.

Aquel día, la democracia y la libertad sólo las defendieron una cámara de televisión encendida, los periodistas que cumplieron con su obligación -fueron tan torpes los malos que sólo silenciaron TVE y Radio Nacional-, unos pocos representantes gubernamentales que estaban fuera del Parlamento, y sobre todo el rey de España, que, por razones que a mí no me corresponde establecer, se negó a encabezar el golpe de Estado que se le ofrecía, ordenó a los militares someterse al orden constitucional y devolvió los tanques a sus cuarteles. El resto de fuerzas políticas y sindicales, autonómicas y municipales, salvo singulares y extraordinarias excepciones, se metieron en un agujero, cagadas hasta las trancas, y no asomaron la cabeza hasta que pasó el nublado. Quienes velamos esa noche ante el palacio de las Cortes sabemos que, aparte de ciudadanos anónimos, negociadores gubernamentales y periodistas que cumplían con su obligación, nadie se echó a la calle para defender nada hasta el día siguiente, cuando ya había pasado todo -lanzada a moro muerto, se llama eso-. Y respecto a los sindicatos, su único papel fue el de los carnets rotos con que atrancaron los retretes de toda España. En cuanto a la digna integridad constitucional que ahora se atribuye el Congreso, lo que pudo ver todo el mundo por la tele, y eso no hay chanchullo que lo borre, fue a los ministros y diputados tirándose en plancha debajo de sus escaños para quedarse allí hasta que se les permitió levantarse de nuevo -aún entonces siguieron mudos y aterrados-, con tres magníficas excepciones: Santiago Carrillo, que fumaba cada pitillo creyendo que era el último, el presidente Suárez y el anciano general Gutiérrez Mellado. Y cuando éste, fiel a lo que era, se enfrentó forcejeando a los guardias civiles, y el miserable Tejero, pistola en mano, intentó, sin éxito, tirarlo al suelo con una zancadilla, el único hombre valiente entre todos aquellos cobardes que se levantó para socorrerlo, fue Adolfo Suárez. A quien, por supuesto, España pagó y paga como suele.

Así que menos flores, caperucitas. En lo que a mí se refiere, nuestra heroica clase política puede meterse la poco elegante declaración institucional del otro día donde le quepa. Que imagino dónde le cabe.



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La Sexta TV, entrevista emitida el 28/10/2013 a las 21:30