Niall Ferguson firma un artículo interesante en el tabloide británico The Sunday Times defendiendo la tesis de la "caída de las civilizaciones", dicha tesis, corolario del "Choque de Civilizaciones" de Hungtinton, no deja de ser más de lo mismo, presentando la visión light o intelecutal, "culta", ante la preocupación de los recientes sucesos de Paris. Si hay que reconocerle sin embargo su aporte críticando el monoteismo, fuente de muchos problemas y dificultades, la emancipación de aquellas sociedades que han caminado hacia los derechos inalienables del hombre, mientras que las sociedades que profesan el misticismo religioso no pueden evitar autoidentificarse y reafirmarse bajo los preceptos de la fé, y con Dios como garante y únicos y elegidos y justificados...
La traducción es de Maria Luisa Rodríguez Tapia replicando el artículo para el diario El País.
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I am not going to repeat what you have already read or heard. I am not going
to say that what happened in Paris on Friday night was unprecedented horror,
for it was not. I am not going to say that the world stands with France, for
it is a hollow phrase. Nor am I going to applaud François Hollande’s pledge
of “pitiless” vengeance, for I do not believe it. I am, instead, going to
tell you that this is exactly how civilisations fall.
Here is how Edward Gibbon described the Goths’ sack of Rome in August 410AD:
“. . . In the hour of savage licence, when every passion was inflamed, and
every restraint was removed . . . a cruel slaughter was made of the Romans;
and . . . the streets of the city were filled with dead bodies . . .
Whenever the Barbarians were provoked by opposition, they extended the
promiscuous massacre to the feeble, the innocent, and the helpless. . .”
No voy a repetir lo que ya han leído u oído. No voy a decir que lo
que sucedió en París el viernes por la noche fue de un horror sin
precedentes, porque no es verdad. No voy a decir que el mundo está junto
a Francia, porque son palabras vacías. Ni voy a aplaudir la promesa de
François Hollande de que va a ejercer una venganza “sin piedad”, porque
no me lo creo. Lo que sí voy a decir es que así es exactamente como caen
las civilizaciones. Así describió Edward Gibbon el saqueo de Roma a manos de los godos en
agosto del año 410 después de Cristo: “En la hora de salvaje licencia,
cuando toda pasión se inflamaba y toda restricción se levantaba (...) se
hizo una cruel matanza de los romanos; y (...) las calles de la ciudad
se llenaron de cadáveres (...). Cuando los bárbaros se sintieron
provocados por la oposición, extendieron la masacre indiscriminada a los
débiles, los inocentes y los desamparados”.
Now, does that not describe the scenes we witnessed in Paris on Friday night?
True, Gibbon’s History of the Decline and Fall of the Roman Empire,
published in six volumes between 1776 and 1788, represented Rome’s demise as
a slow burn. Gibbon covered more than 1,400 years of history. The causes he
identified ranged from the personality disorders of individual emperors to
the power of the Praetorian Guard and the rise of Sassanid Persia. Decline
shaded into fall, with monotheism acting as a kind of imperial dry rot.
For many years, more modern historians of “late antiquity” tended to agree
with Gibbon about the gradual nature of the process. Indeed, some went
further, arguing that “decline” was an anachronistic term, like the word
“barbarian”. Far from declining and falling, they insisted, the Roman empire
had imperceptibly merged with the Germanic tribes, producing a multicultural
post-imperial idyll that deserved a more flattering label than “Dark Ages”.
Recently, however, a new generation of historians has raised the possibility
that the process of Roman decline was in fact sudden — and bloody — rather
than smooth.
¿No describen estas palabras las escenas que vimos en París el viernes por la noche? Si bien la Historia de la decadencia y la caída del Imperio Romano,
publicada por Gibbon en seis volúmenes entre 1776 y 1788, presentaba el
declive de Roma como un lento proceso. Entre las causas que alegaba
había desde trastornos de personalidad de determinados emperadores hasta
el poder de la guardia pretoriana y el ascenso de la Persia sasánida.
La decadencia se convirtió en caída y el monoteísmo fue como un hongo
que contribuyó a pudrir el imperio.Durante muchos años, los historiadores del fin de la Era Antigua
solían estar de acuerdo con Gibbon sobre el carácter gradual del
proceso. Algunos incluso dijeron que decadencia era un término
anacrónico, igual que bárbaro. El Imperio Romano, decían, no había
sufrido la decadencia y la desaparición, sino que se había fundido de
forma imperceptible con las tribus germánicas, en un idilio posimperial
que no merecía el triste nombre de oscurantismo. En los últimos
tiempos, sin embargo, nuevos historiadores han planteado la posibilidad
de que el declive de Roma no fuera progresivo, sino repentino y
sangriento.
For Bryan Ward-Perkins, what happened was “violent seizure . . . by barbarian
invaders”. The end of the Roman west, he writes in The Fall of Rome (2005),
“witnessed horrors and dislocation of a kind I sincerely hope never to have
to live through; and it destroyed a complex civilisation, throwing the
inhabitants of the West back to a standard of living typical of prehistoric
times”. In five decades the population of Rome itself fell by three-quarters.
Archaeological evidence from the late fifth century — inferior housing, more
primitive pottery, fewer coins, smaller cattle — shows that the benign
influence of Rome diminished rapidly in the rest of western Europe. “The end
of civilisation”, in Ward-Perkins’s phrase, came within a single generation.
Para Bryan Ward-Perkins, se produjo “una toma violenta a manos de los
invasores bárbaros”. El fin del Imperio de Occidente, escribe en La caída de Roma (2005), “experimentó horrores y disturbios como espero no tener que
experimentar jamás; destruyó una civilización compleja y arrastró a los
habitantes de Occidente a un nivel de vida propio de la era
prehistórica”. En cinco decenios, la población de Roma disminuyó en tres cuartas
partes. Los restos arqueológicos de finales del siglo V —peores
viviendas, cerámica más primitiva, menos monedas, animales más pequeños—
indican que la influencia benigna de Roma en el resto de Europa también
desapareció. “El fin de la civilización”, en palabras de Ward-Perkins,
se produjo en el plazo de una sola generación.
Peter Heather’s Fall of the Roman Empire emphasises the disastrous effects not
just of mass migration but of organised violence: first the westward shift
of the Huns of Central Asia and then the Germanic irruption into Roman
territory. In his reading, the Visigoths who settled in Aquitaine and the
Vandals who conquered Carthage were attracted to the Roman empire by its
wealth, but were enabled to seize that wealth by the arms they acquired and
the skills they learnt from the Romans themselves.
El libro de Peter Heather La caída del Imperio Romano
destaca las consecuencias desastrosas de la gran migración y la
violencia organizada: primero, el viaje hacia el oeste de los hunos de
Asia Central y luego la irrupción germánica en territorio romano. Según
él, los visigodos que se establecieron en Aquitania y los vándalos que
conquistaron Cartago se sintieron atraídos por la riqueza del Imperio
Romano y pudieron apoderarse de ella gracias a las armas y las aptitudes
adquiridas de los propios romanos.
“For the adventurous,” writes Heather, “the Roman empire, while being a threat
to their existence, also presented an unprecedented opportunity to prosper .
. . Once the Huns had pushed large numbers of [alien groups] across the
frontier, the Roman state became its own worst enemy. Its military power and
financial sophistication both hastened the process whereby streams of
incomers became coherent forces capable of carving out kingdoms from its own
body politic.”
“Para los intrépidos”, escribe Heather, “el Imperio Romano, pese a
ser una amenaza para su existencia, era también una increíble
oportunidad de prosperar... Una vez que los hunos expulsaron a gran
número [de grupos extranjeros], el peor enemigo del Estado romano pasó a
ser él mismo. Su poder militar y complejidad económica aceleraron el
proceso, al permitir que los recién llegados se convirtieran en fuerzas
coherentes, capaces de crear sus propios reinos en aquel cuerpo
político”.
Uncannily similar processes are destroying the European Union today, though
few of us want to recognise them for what they are. Like the Roman Empire in
the early fifth century, Europe has allowed its defences to crumble. As its
wealth has grown, so its military prowess has shrunk, along with its
self-belief. It has grown decadent in its shopping malls and sports
stadiums. At the same time it has opened its gates to outsiders who have
coveted its wealth without renouncing their ancestral faith.
Unos procesos extraordinariamente similares están destruyendo hoy la
Unión Europea, aunque pocos estemos dispuestos a reconocerlo. Como el
Imperio Romano a principios del siglo V, Europa ha dejado que sus
defensas se derrumbaran. A medida que aumentaba su riqueza han
disminuido su capacidad militar y su fe en sí misma. Se ha vuelto
decadente, con sus centros comerciales y sus estadios. Al mismo tiempo,
ha abierto las puertas a los extranjeros que codician su riqueza sin
renunciar a su fe ancestral.
The distant shock to this weakened edifice has been the Syrian civil war,
though it has been a catalyst as much as a direct cause for the great
Völkerwanderung of 2015. As before, they have come from all over the
imperial periphery — from North Africa, from the Levant, from south Asia —
but this time they have come in their millions, not in mere tens of
thousands. To be sure, most have come hoping only for a better life. Things in their own
countries have become just good enough economically for them to afford to
leave and just bad enough politically for them to risk leaving. But they
cannot stream northwards and westwards without some of that political
malaise coming with them. As Gibbon saw, convinced monotheists pose a grave
threat to a secular empire.
La lejana conmoción que ha sacudido el débil edificio es la guerra
civil siria, que ha sido catalizador y causa directa de la gran Völkerwanderung
de 2015. Como entonces, proceden de toda la periferia imperial —el
norte de África, el Levante, el sur de Asia—, pero esta vez no son
decenas de miles, sino millones.
Por supuesto, la mayoría viene solo con la esperanza de tener una
vida mejor. Las condiciones económicas en sus países han mejorado lo
justo para permitirles marcharse y las políticas han empeorado tanto que
deciden arriesgarse a hacerlo. Pero no pueden viajar hacia el norte y
el oeste sin traer consigo parte de este malestar político. Como decía
Gibbon, los monoteístas convencidos son una grave amenaza para un
imperio laico.
It is doubtless true to say that the overwhelming majority of Muslims in
Europe are not violent. But it is also true that the majority hold views not
easily reconciled with the principles of our liberal democracies, including
our novel notions about sexual equality and tolerance not merely of
religious diversity but of nearly all sexual proclivities. And it is thus
remarkably easy for a violent minority to acquire their weapons and prepare
their assaults on civilisation within these avowedly peace-loving
communities. I do not know enough about the fifth century to be able to quote Romans who
described each new act of barbarism as unprecedented, even when it had
happened multiple times before; or who issued pious calls for solidarity
after the fall of Rome, even when standing together meant falling together;
or who issued empty threats of pitiless revenge, even when all they intended
to do was to strike a melodramatic posture.
Es indudable que los musulmanes que viven en Europa no son, en su
inmensa mayoría, violentos. Pero también es verdad que casi todos tienen
unas convicciones difíciles de conciliar con los principios de nuestras
democracias liberales, incluidas nuestras ideas modernas sobre igualdad
entre los sexos y tolerancia ante la diversidad religiosa y ante casi
todas las tendencias sexuales. Por eso es muy fácil que una minoría
violenta adquiera sus armas y prepare sus ataques a la civilización en
el seno de esas comunidades pacíficas.
No sé lo suficiente sobre el siglo V como para poder citar a los
romanos que se asombraban ante cada nuevo acto de barbarie, pese a que
fuera similar a otros muchos anteriores, ni a los que hacían santurrones
llamamientos a la solidaridad tras la caída de Roma, aunque alzarse
juntos significara caer juntos; ni a quienes lanzaban huecas amenazas de
venganza sin piedad, cuando no eran más que bravuconadas
melodramáticas.
I do know that 21st-century Europe has itself to blame for the mess it is now
in. Surely nowhere in the world has devoted more resources to the study of
history than modern Europe did. When I went up to Oxford more than 30 years
ago, it was taken for granted that in the first term I would study Gibbon.
It did no good. We learnt a lot of nonsense to the effect that nationalism
was a bad thing, nation states worse and empires the worst things of all. “Romans before the fall”, wrote Ward-Perkins, “were as certain as we are today
that their world would continue for ever substantially unchanged. They were
wrong. We would be wise not to repeat their complacency.”
Sí sé que la culpa del embrollo en el que se encuentra la Europa del
siglo XXI es de ella misma. En ningún lugar del mundo se ha estudiado la
historia tanto como en la Europa moderna. Cuando llegué a Oxford hace
más de 30 años, daba por sentado que en primero estudiaría a Gibbon. No.
Aprendimos un montón de tonterías de que el nacionalismo era malo, las
naciones-Estado, peores y los imperios, lo peor de todo.
“Antes de la caída”, escribe Ward-Perkins, “los romanos estaban tan
seguros como estamos nosotros hoy de que su mundo seguiría siempre
igual. Se equivocaron. Haríamos bien en no reproducir su
autocomplacencia”.
Poor, poor Paris. Killed by complacency.
Pobre París. Víctima de la complacencia.
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Niall Ferguson is Laurence A Tisch professor of history at Harvard, a
senior fellow of the Hoover Institution, Stanford, and the author of
Kissinger, 1923-1968: The Idealist (Penguin)
Niall Ferguson es historiador.
© Niall Ferguson, 2015.
Este artículo se publicó originalmente en The Sunday Times el 15 de noviembre.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.