Que gusto abandonarse en esos ratos en los que solo el tiempo se ocupa de ir desapareciendo sin dejar rastro ni molestia, cuando simplemente nos acurrucamos cómodamente en el placer de no hacer otra cosa sino saborear el tránsito de los segundos que van pasando mientras lees un libro, escuchas un disco o simplemente miras las nubes y el cielo o escuchas la lluvia caer en la calle y de vez en cuando un relámpago te prepara —por que para eso sirven los relámpagos— del trueno que esta por venir...
Son precisamente esos ratos y esa forma de estar la que rellena esos trocitos de uno mismo que se arrugan y desvanecen con el trajín diario, en el frenesí de obligaciones y disparates varios del día a día. De entre esos bellos instantes, hay uno que me encanta, un buen videodrome... Y es que ese programa de radio3 posee elementos oníricos y bellos. Pues bien, el otro día estaba buscando un viejo videodrome oído hace más de una década, si su recuerdo perdura es porque alguna huella profunda dejó y efectivamente así fue.
Recuerdo aquellos primeros programas de videodrome con un regusto especial, quizás por la voz del locutor, serena y clara y quizás también, por la cadencia relajada y el sutil juego de equilibrio entre alocuciones, audio de la película y música, en una armonía y equilibrio delicioso.
Pues eso, que ahí estoy yo dándole a la tecla en búsqueda de algo que meterme en vena y se me enciende la bombilla, no se muy bien porque, y de entre las neuronas de abajo al fondo, destella una; Matar a un ruiseñor. Un viaje a la infancia y a las dificultades de hacerse mayor en este mundo, tecleo en el buscador y para mi sorpresa ahí está, reaparece como de entre las nieblas, aquel programa de la primera época, en ivoox... Me sorprendo, me entusiasmo y...click, a volar, a soñar y a disfrutar, espero que os guste...