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"Mi responsabilidad es defender la libertad del arte", decía Egon Schiele (1890-1918). Lo que no imaginaba el joven pintor es que aquella loable intención seguiría estando amenazada cien años después de su muerte. El aprendiz de Gustav Klimt mostró una predilección por el erotismo desde sus primeras pinceladas, algo que partió en dos a la burguesía decimonónica europea.
Le amaban en secreto o le consideraban un depravado sexual. E incluso ambas. Pero parece que aquel pudor ante la representación artística de los genitales no entiende de siglos. Este año, el del centenario del siècle vienés, más conocido como Sezession, la capital austriaca se inundará de exposiciones con los desnudos de Egon Schiele a la cabeza. La campaña ha sido tan exitosa que varios países de Europa han accedido a publicitarla en sus ciudades. Varios, menos dos: Alemania y Reino Unido.
Ambos territorios se han negado a llenar sus muros y vallas con enormes imágenes de las piezas más sexuales del artista. Su argumento es que se tratan de "pinturas pornográficas" y que no consideran "ético mostrar genitales públicamente". De todas formas, la oficina de Turismo de Viena se ha salido con la suya.
Los carteles de Egon Schiele ya cubren los andenes del metro de Londres o Berlín, eso sí, con una banda de la vergüenza en la que se lee: "Lo siento, tiene 100 años pero sigue siendo demasiado atrevido para hoy", junto al hashtag #ToArtItsFreedom (para el arte, es libertad).
How do you feel about nude paintings in public spaces? What do you think?
Con esta censura, la línea que separa el rechazo ante la cosificación del cuerpo femenino y el puritanismo se desvanece. Algunos consideran la prohibición a Schiele como una metáfora de lo molesto que aún resulta en la actualidad el sexo de la mujer. Sin embargo, usar como baluarte feminista a un hombre que llegó a estar en la cárcel por escándalos sexuales puede tener sus riesgos, sobre todo cuando la historia y las biografías cumplen su labor.