Hace 44 años Neil Amstrong fue el primer humano en pisar la Luna, ese satélite mágico que por las noches solo algunos vemos —otros prefieren ver CHORRADASDELUXE o bodrios televisivos similares—. Ese día, el 21 de julio de 1969 a las 2:56 UTC ocurrio algo casi mágico al sur del Mar de la Tranquilidad. Cada vez que rememoro ese hito de la historia pienso en lo increíble de ese viaje, en lo impresionante que es como logro científico y en lo brutalmente que el ego de la humanidad ha crecido desde entonces.
Las escalas divinas empezaron a desintegrarse con la publicación de la obra de Nicolás Copérnico en 1543, quién puso del revés el mundo conceptual místico religioso feudal. Era el comienzo que terminará de forma definitiva Isaac Newton publicando su principia mathematica 144 años después, en 1687.
Copérnico fue la vanguardia del pensamiento racional, el modelo heliocéntrico castró la, hasta entonces, inmutable soberbia geocéntrica. Ahora la verdad newtoniana la transformaría adquiriendo proporciones universales. Expresada en perfectas e imperecederas fórmulas matemáticas que hablaban del orden, del orden con mayúsculas, del orden universal...
A diferencia del tiempo en que vivió Copérnico, en el que la ingeniería había avanzado poco, el avance científico a partir de Newton es imparable, trepidante y asombroso. La marmita se empieza a llenar de logros científicos a velocidad de vértigo que darán su fruto práctico en la Revolución Industrial pocos años despues. En ese viaje seguimos hoy, acercándonos al límite, pocas cosas quedan ya por incorporar a la enciclopedia científica...
Pues bien... Si Newton puso orden en las cosas de la tierra y el universo, quién terminó por liberar al hombre de sus cadenas religiosas fue Darwin en 1859 con su visión de la evolución de las especies y el lento cambio y transmisión genética de la adaptación hasta nuestros días. El Génesis a partir de entonces pasa de ser verdad a leyenda religiosa.
Hoy cuando mires la luna acuerdate de los satélites de Jupiter, Io,
Calisto, Ganímedes y Europa de aquellos que Galileo, buen discípulo de
Copérnico, encontró como prueba cierta para su maestro, acuérdate de
Newton, de Kepler y de Darwin. Mira la luna y piensa que ese viaje
asombroso de cuatrocientos y poco años hasta la llegada de un humano a
su satélite, el mundo es otro, los pensamientos, las ideas, el
conocimiento y hasta los hombres son otros. La Luna sigue allí
impasible, inmutable como testigo poético de nuestro devenir por la
tierra, sin embargo yo he preferido dejar aquí la imágen mas
sorprendente de todas, no la de Amstrong y la bandera sino la de nuestro
planeta visto desde allí, en fase, con su característico color azul y
sus masas gaseosas. En equilibrio newtoniano en el cosmos. Que hermoso
se ve y que frágil...